Aquellas cosas que a comienzos de siglo nos parecían lujosas, como degustar langosta incluida en el menú o disponer de una habitación con jacuzzi, hoy nos parece banal y ha perdido el encanto.
El lujo no está en la langosta, sino en cómo nos la sirven.
El lujo no es un jacuzzi y el derroche de cientos de litros de agua, sino una amplia ducha de lluvia doble con las amenidades de nuestra marca favorita.
El lujo no es que nos pongan una pulsera para consumir de todo, sino que no nos la pongan y podamos elegir lo que queremos y lo tengan.
El lujo no es el exceso, sino la exclusividad de cuidar los detalles importantes, la calidad y el trato que nos hace sentirnos confortables: pasar del all inclusive al all exclusive.